La Vejez
A
nadie le gusta ser viejo. Cabe analizar, no obstante, ¿por qué? y ¿cómo se
define “vejez”? ¿Depende nada más que de una fecha en el documento?
Quizás
la pregunta “¿Por qué?” puede sonar algo raro, ya que a todo el mundo le gusta
disfrutar de la vida al máximo y cuanto más viejo, menos fuerza tiene uno para
disfrutar.
Hasta
el Rey David le pidió a D-os[1] (y
nosotros lo repetimos en las Selijot varias veces al año): Al Tashlijeini
Leet Zikná, o sea, No me eches de lado en la vejez...
Pero,
en realidad, uno podría pensarlo de otra manera. Cuanto más “viejo” es uno,
tanto más experiencia tiene y más tiene para enseñar y aportar. De hecho, hay
una obligación explícita en la Torá[2] de
pararse frente al anciano y honrarlo.
Quizás
la respuesta está en la distinción entre “viejo” y “añejo”.
“Viejo”
implica algo que es del pasado y que dejó de ser funcional, actual o relevante.
Una computadora vieja no sirve tanto como una nueva. “Añejo”, por otra parte,
implica algo que vale más justamente por su edad.
¿Qué
es lo que determina si algo se valoriza o se desvaloriza con el tiempo?
Uno
de los criterios es la utilidad. Hay cosas que pierden su utilidad con el
tiempo y se desvalorizan y hay cosas que adquieren cada vez más utilidad y se
valorizan.
Cantidad vs. calidad
Lo
que se ve fortificada con el tiempo es la experiencia; lo que se ve debilitada
es la fuerza física.
Y
la pregunta crucial es cuál es el objetivo de la vida. Si el objetivo principal
es disfrutar, con el tiempo uno va perdiendo ese potencial; si el objetivo es
aportar algo al mundo, con cada año que pasa, más puede aportar, gracias a su
experiencia de vida.
¿Jubilarse?
¿Es
aconsejable jubilarse después de determinada edad, aunque uno esté en
condiciones de trabajar?
En
el mundo de hoy, se pone un premio sobre el disfrute. Uno trabaja para poder
disfrutar la vida más y mejor. Cuando ya no tiene necesidad de trabajar, ¿qué
sentido tiene seguir trabajando?
Cuando
el Rebe cumplió setenta años (1972), compartió con el público que vino a
festejar que había recibido cartas aconsejándole que se jubilara. Ya ha hecho
mucho por el judaísmo y se merecía tomar las cosas más tranquilamente. El Rebe
explicó que entendía que la visión judía al respecto es diferente. “El hombre
nació para trabajar,” dice el versículo. Todos nacimos para esforzarnos en la
tarea de mejorar el mundo que nos rodea. El mayor valor de la vida no es el
disfrute, sino el rendimiento. Esa es nuestra verdadera razón de ser. Cada día
de vida que D-os nos da debe ser aprovechado al máximo para esa finalidad. Los
mayores tienen mucho para aportar a la sociedad. Si bien no se le puede
exprimir tantas horas de trabajo y tanto vuelos transcontinentales, tienen
muchas experiencias de vida que sería un desperdicio no aprovechar.
“No
sólo que no voy a descansar ahora,” dijo, “sino que vamos a trabajar más aún.”
Anunció su intención de establecer en el año setenta y una (!) nuevas
instituciones educativas, religiosas y de ayuda social en todas partes del
mundo.
Cada
año de vida del Rebe, hasta su fallecimiento a la edad de 94, vio más y nuevas
iniciativas en cuanto a la expansión de su obra dedicada a cultivar una mayor
conscientización, sensibilidad y compromiso para con la misión de la vida
personal como también con el propósito de la Creación.
Dado
que es un hecho que la gente se jubila después de cierta edad, el Rebe planteó
que habría que aprovechar este fenómeno y establecer clases de estudio de Torá
para ellos. Si bien no tienen la fuerza física como para poder trabajar como lo
hacían en su juventud, el tiempo ocioso les da la oportunidad para estudiar más
de lo que podían en su juventud cuando cargaban con más responsabilidades.
Dichas clases de Torá les ayudará a sentirse productivos, a llenar el vacío
personal y recuperar su autoestima.
Cada
etapa de la vida tiene su propósito especial, como está definido en Pirkei Avot[3]: A
los cinco años de edad, [debe comenzarse] el estudio de las Escrituras; a los
diez - el estudio de la Mishná; a los trece - [la obligación de cumplir con]
las Mitzvot; a los quince - el estudio de la Guemará; a los dieciocho - el
matrimonio; a los veinte - la persecución [de un medio de subsistencia]; a los
treinta - [se alcanza] la fuerza plena; a los cuarenta - la comprensión; a los
cincuenta - [la capacidad para dar] consejo; a los sesenta - la ancianidad; a
los setenta - la vejez madura; a los ochenta - [una señal de especial]
fortaleza; a los noventa - el cuerpo se encorva; a los cien - es como si
hubiera muerto, desaparecido, y sido suprimido del mundo.
Hay
que saber valorar la vejez por lo que sí tiene además de lo que no tiene. La
liberación de las responsabilidades implícitas en la juventud, más los
conocimientos y experiencias acumuladas le dan la posibilidad de estudiar y
enseñar más y con más claridad y tranquilidad. Después de todo, la educación no
es meramente un medio para lograr otro fin; es también un fin en sí mismo,
especialmente cuando se trata del estudio de la Torá.
Ejemplo
Cuentan de una cultura que tenía la costumbre de que cuando uno
llegaba a determinada edad, para no transformarse en una carga para la familia
y la sociedad, lo llevaban a un precipicio y lo tiraban a su muerte.
Cierto día le tocó a una de las familias más adineradas llevar a
su patriarca a su fin. Lo cargaban en un carro dorado, lleno de piedras
preciosas incrustadas, y todo el pueblo lo acompañó con música y júbilo. Al
llegar al precipicio, dio su discurso de despedida y lo tiraron, junto al
carro, por el precipicio.
En camino de vuelta a casa, el nieto le pregunta a su padre:
“Papá, ya sé por qué lo tiraron al abuelo por el precipicio, pero ¿por qué
tiraron también el carro?”
“Y ¿para qué necesitamos al carro?” preguntó el padre.
“Pues, algún día lo voy a necesitar para tí...”
Una consideración a tomar en cuenta cuando uno pierde la paciencia con los mayores es que la manera que tratamos a nuestros ancianos determinará la manera en que nuestros hijos eventualmente nos tratarán a nosotros.
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