jueves, 1 de agosto de 2013

La Vejez


A nadie le gusta ser viejo. Cabe analizar, no obstante, ¿por qué? y ¿cómo se define  “vejez”? ¿Depende nada más que de una fecha en el documento?


Quizás la pregunta “¿Por qué?” puede sonar algo raro, ya que a todo el mundo le gusta disfrutar de la vida al máximo y cuanto más viejo, menos fuerza tiene uno para disfrutar.


Hasta el Rey David le pidió a D-os[1] (y nosotros lo repetimos en las Selijot varias veces al año): Al Tashlijeini Leet Zikná, o sea, No me eches de lado en la vejez...


Pero, en realidad, uno podría pensarlo de otra manera. Cuanto más “viejo” es uno, tanto más experiencia tiene y más tiene para enseñar y aportar. De hecho, hay una obligación explícita en la Torá[2] de pararse frente al anciano y honrarlo.


Quizás la respuesta está en la distinción entre “viejo” y “añejo”.


“Viejo” implica algo que es del pasado y que dejó de ser funcional, actual o relevante. Una computadora vieja no sirve tanto como una nueva. “Añejo”, por otra parte, implica algo que vale más justamente por su edad.


¿Qué es lo que determina si algo se valoriza o se desvaloriza con el tiempo?


Uno de los criterios es la utilidad. Hay cosas que pierden su utilidad con el tiempo y se desvalorizan y hay cosas que adquieren cada vez más utilidad y se valorizan.


Cantidad vs. calidad


Lo que se ve fortificada con el tiempo es la experiencia; lo que se ve debilitada es la fuerza física.


Y la pregunta crucial es cuál es el objetivo de la vida. Si el objetivo principal es disfrutar, con el tiempo uno va perdiendo ese potencial; si el objetivo es aportar algo al mundo, con cada año que pasa, más puede aportar, gracias a su experiencia de vida.


¿Jubilarse?


¿Es aconsejable jubilarse después de determinada edad, aunque uno esté en condiciones de trabajar?


En el mundo de hoy, se pone un premio sobre el disfrute. Uno trabaja para poder disfrutar la vida más y mejor. Cuando ya no tiene necesidad de trabajar, ¿qué sentido tiene seguir trabajando?


Cuando el Rebe cumplió setenta años (1972), compartió con el público que vino a festejar que había recibido cartas aconsejándole que se jubilara. Ya ha hecho mucho por el judaísmo y se merecía tomar las cosas más tranquilamente. El Rebe explicó que entendía que la visión judía al respecto es diferente. “El hombre nació para trabajar,” dice el versículo. Todos nacimos para esforzarnos en la tarea de mejorar el mundo que nos rodea. El mayor valor de la vida no es el disfrute, sino el rendimiento. Esa es nuestra verdadera razón de ser. Cada día de vida que D-os nos da debe ser aprovechado al máximo para esa finalidad. Los mayores tienen mucho para aportar a la sociedad. Si bien no se le puede exprimir tantas horas de trabajo y tanto vuelos transcontinentales, tienen muchas experiencias de vida que sería un desperdicio no aprovechar.


“No sólo que no voy a descansar ahora,” dijo, “sino que vamos a trabajar más aún.” Anunció su intención de establecer en el año setenta y una (!) nuevas instituciones educativas, religiosas y de ayuda social en todas partes del mundo.


Cada año de vida del Rebe, hasta su fallecimiento a la edad de 94, vio más y nuevas iniciativas en cuanto a la expansión de su obra dedicada a cultivar una mayor conscientización, sensibilidad y compromiso para con la misión de la vida personal como también con el propósito de la Creación.


Dado que es un hecho que la gente se jubila después de cierta edad, el Rebe planteó que habría que aprovechar este fenómeno y establecer clases de estudio de Torá para ellos. Si bien no tienen la fuerza física como para poder trabajar como lo hacían en su juventud, el tiempo ocioso les da la oportunidad para estudiar más de lo que podían en su juventud cuando cargaban con más responsabilidades. Dichas clases de Torá les ayudará a sentirse productivos, a llenar el vacío personal y recuperar su autoestima.


Cada etapa de la vida tiene su propósito especial, como está definido en Pirkei Avot[3]: A los cinco años de edad, [debe comenzarse] el estudio de las Escrituras; a los diez - el estudio de la Mishná; a los trece - [la obligación de cumplir con] las Mitzvot; a los quince - el estudio de la Guemará; a los dieciocho - el matrimonio; a los veinte - la persecución [de un medio de subsistencia]; a los treinta - [se alcanza] la fuerza plena; a los cuarenta - la comprensión; a los cincuenta - [la capacidad para dar] consejo; a los sesenta - la ancianidad; a los setenta - la vejez madura; a los ochenta - [una señal de especial] fortaleza; a los noventa - el cuerpo se encorva; a los cien - es como si hubiera muerto, desaparecido, y sido suprimido del mundo.


Hay que saber valorar la vejez por lo que sí tiene además de lo que no tiene. La liberación de las responsabilidades implícitas en la juventud, más los conocimientos y experiencias acumuladas le dan la posibilidad de estudiar y enseñar más y con más claridad y tranquilidad. Después de todo, la educación no es meramente un medio para lograr otro fin; es también un fin en sí mismo, especialmente cuando se trata del estudio de la Torá.


Ejemplo


Cuentan de una cultura que tenía la costumbre de que cuando uno llegaba a determinada edad, para no transformarse en una carga para la familia y la sociedad, lo llevaban a un precipicio y lo tiraban a su muerte.


Cierto día le tocó a una de las familias más adineradas llevar a su patriarca a su fin. Lo cargaban en un carro dorado, lleno de piedras preciosas incrustadas, y todo el pueblo lo acompañó con música y júbilo. Al llegar al precipicio, dio su discurso de despedida y lo tiraron, junto al carro, por el precipicio.


En camino de vuelta a casa, el nieto le pregunta a su padre: “Papá, ya sé por qué lo tiraron al abuelo por el precipicio, pero ¿por qué tiraron también el carro?”


“Y ¿para qué necesitamos al carro?” preguntó el padre.


“Pues, algún día lo voy a necesitar para tí...”

Una consideración a tomar en cuenta cuando uno pierde la paciencia con los mayores es que la manera que tratamos a nuestros ancianos determinará la manera en que nuestros hijos eventualmente nos tratarán a nosotros.



[1] Salmos, 71:9

[2] Levítico, 19:32

[3] 5:22